sábado, 6 de agosto de 2011

En Av.Paral·lel no se puede dormir.

Es imposible dormir.
Demasiado ruido en Av.Parallel.

Decido bajar a comprar unos tapones a un tienda de tapones.
De guardia.
En calle Blai.

Me atiende una mujer madura.
Es muy atractiva.
Más simpática todavía.

Cuando me da los tapones recuerdo que no tengo dinero.

Esta es la conversación que le sigue:
- Vaya... Me he olvidado el dinero en casa. Ahora vuelvo a por los tapones. Vivo aquí al lado. En Paral·lel.
- ¿Tan cerca? Si quieres te acompaño. Me das el dinero y así no tienes que volver. A mi no me importa...

Después me sonríe con una complicidad que no acabo de entender.
Pero acepto.

Caminamos hasta mi casa.
Sin hablar.
La banda sonora es el tráfico de la avenida que lo empezó todo.

Creo que ya nos estamos desnudando antes de cerrar la puerta de mi casa.
Me olvido del sueño.
Que tenía que dormir.

Nos besamos con la boca muy abierta.
Con lengüetazos.
No es pasión.
Es posesión.
Como dicen que desean las mujeres maduras.

Le arranco la ropa interior.
No me fijo si se trata de braguita, tanga, culot o color carne.
Una pena para la estadística.

Le separo las piernas.
Y descubro que su coño es un morro de cabra.



Una cabra negra.
Con sus dientes.
Con su lengua.

Tengo un importante momento de incertidumbre.
Pero recuerdo que estas cosas se hacen con el cuello.
No con la lengua.
A la mujer madura parece gustarle.
Yo estoy confundido.

Entonces pienso que, definitivamente, comer su coño es como besar a una cabra.
Y que nunca más podré mirar a la cara a una cabra de la misma forma.
Por suerte en Av.Paral·lel no hay muchas cabras.